Parecería ser que en los próximos días, a causa del aumento exponencial del precio internacional de la tonelada de trigo (U$S 190), el gobierno aumentaría las retenciones de este cereal para tratar de mantener el stock interno a un precio aceptable y que no se siga disparando la inflación. Enmarcada en el discurso del presidente Kirchner, esta medida es absolutamente entendible. Basta recordar, por ejemplo, lo que ocurrió con las carnes: bajo el mandamiento de que el pueblo argentino tiene que comprar sus alimentos básicos a un precio razonable, se toman estas razonables medidas.
No hace falta ser un experto en matemática ni licenciado en economía para darse cuenta de que si dentro del país hay poca oferta de un producto, naturalmente los precios del mismo se incrementan. Ahora, ¿aumentar las retenciones sobre un producto es la única vía de evitar la disparada de los precios y consiguientemente de la inflación? Para la administración K parecería que si. Pero las consecuencias de estas trabas a la producción, generan incertidumbre entre los productores que, lógicamente, cuando su producción deja de ser rentable, buscan otras alternativas. O, como se advierte a diario, prefieren rentar sus campos. Y este fenómeno no responde a la holgazanería de los productores sino a que no pueden competir en el mercado.
Como consecuencia de este último fenómeno, se está profundizando a pasos agigantados la concentración de la producción en un puñado de pools de siembra o grandes fideicomisos que manejan millones de hectáreas y desplazan a todos aquellos que quieren trabajar y no pueden hacerlo.
Los titulares de los diarios nacionales destacan que el país tiene 44 mil millones de dólares de reservas en el Banco Central. Una posible alternativa para frenar el precio del trigo podría venir de la mano de un subsidio a los productores, buscando un punto de equilibrio que compense la diferencia por el precio internacional y que ayude a mantener el precio en el mercado interno.
Recordemos que, supuestamente, parte del último aumento en las retenciones a la soja se iba a destinar a compensar el precio de la harina. Compensación que nunca llegó a manos de los productores y cuyo recorrido existencial pasó a descansar eternamente en las arcas del Estado.
No hace falta ser un experto en matemática ni licenciado en economía para darse cuenta de que si dentro del país hay poca oferta de un producto, naturalmente los precios del mismo se incrementan. Ahora, ¿aumentar las retenciones sobre un producto es la única vía de evitar la disparada de los precios y consiguientemente de la inflación? Para la administración K parecería que si. Pero las consecuencias de estas trabas a la producción, generan incertidumbre entre los productores que, lógicamente, cuando su producción deja de ser rentable, buscan otras alternativas. O, como se advierte a diario, prefieren rentar sus campos. Y este fenómeno no responde a la holgazanería de los productores sino a que no pueden competir en el mercado.
Como consecuencia de este último fenómeno, se está profundizando a pasos agigantados la concentración de la producción en un puñado de pools de siembra o grandes fideicomisos que manejan millones de hectáreas y desplazan a todos aquellos que quieren trabajar y no pueden hacerlo.
Los titulares de los diarios nacionales destacan que el país tiene 44 mil millones de dólares de reservas en el Banco Central. Una posible alternativa para frenar el precio del trigo podría venir de la mano de un subsidio a los productores, buscando un punto de equilibrio que compense la diferencia por el precio internacional y que ayude a mantener el precio en el mercado interno.
Recordemos que, supuestamente, parte del último aumento en las retenciones a la soja se iba a destinar a compensar el precio de la harina. Compensación que nunca llegó a manos de los productores y cuyo recorrido existencial pasó a descansar eternamente en las arcas del Estado.